El Presidente dio una muestra esta semana de lo que debió haber sido su comunicación durante la pandemia: el ejemplo personal acompañado de ciertas herramientas pedagógicas. Es posible que lo haya hecho sin querer, porque en su mente domina el valemadrismo respecto del Covid. En el fondo ha de pensar que se trata de un engaño del imperialismo, pero que no ha tenido de otra más que seguir al mundo en esta, para él, perdedera de tiempo.
Se supone que, ante las tragedias, las catástrofes naturales, los líderes de gobierno ponen el ejemplo de lo que se tiene que hacer. La ciudadanía no tiene de otra más que seguir instrucciones. Ya hemos comentado en este espacio cómo es que muchos presidentes y primeros ministros toman las hecatombes como una forma de subir su popularidad, pues los ciudadanos están escuchándolos y siguen sus instrucciones; tienen una especie de sensación de seguridad por sentirse cuidados y estar al tanto de quien tiene más información que ellos. Sin embargo, desde el inicio de la pandemia, el presidente López Obrador optó por minimizar el problema y hasta burlarse de lo que sucedía y lo que se recomendaba en otros lugares. Acostumbrado a las ocurrencias en todo lo que sea política nacional, López Obrador no dudó en hacer chascarrillos y decir disparates al respecto.
Ya metidos en el problema del virus recomendaba abrazarse, “no pasa nada”, decía; sugería ampliamente ir a comer a los restaurantes mientras se empujaba una tlayuda descomunal –nada más le faltaba hablar con la boca llena o quitarse un cilantrazo de los dientes mientras decía que todo estaba bajo control–; y cómo olvidar sus estampitas del Sagrado Corazón de Jesús diciendo que detenían al virus enemigo, el famoso “detente”; la necedad de no usar el cubrebocas nada más que cuando fue a Estados Unidos... En fin, toda una lista de despropósitos que van desde el ridículo hasta las posiciones temerarias. Todo esto apoyado y llevado a niveles inimaginables por el inútil que puso a cargo de la pandemia, el nefasto López-Gatell. Este sujeto ha desarrollado toda una conducta criminal a lo largo de la emergencia de salud. Se podría comentar que lo que dice y hace son idioteces, pero son actos verdaderamente irresponsables que rayan en la conducta penal. El colmo fue cuando dijo que el Presidente no se contagiaba por su fuerza moral. Más allá del humillante acto de lambisconería absolutamente ramplón, se trató del desvarío que anunciaba una política pública basada en la personalidad del jefe y en la adoración de sus súbditos.
Todo siguió así hasta esta semana, en la que el Presidente, infectado por el virus, se recluyó en Palacio y anunció su aislamiento. Un día después salió en un video tomándose la temperatura con un termómetro moderno. Por supuesto los intentos fallidos se prestaron para la chunga y el meme. Todo es memeable, como se dice. Pero en realidad lo que hizo el Presidente fue dar el ejemplo de lo que debe hacer cualquier ciudadano: aislarse, estar en su casa, tomarse la temperatura, medir la oxigenación, atender lo que dicen las autoridades.
¿Le costaba mucho hacer eso: tomar un termómetro, un poco de sensatez, de sentido pedagógico para comunicarse con sus gobernados? Todo parece indicar que sí, pero también todo indica que ese tipo de comunicación hubiera ayudado mucho a la tranquilidad de los habitantes. Ojalá lo tomen en cuenta para lo que viene.