Hace días empezó a sonar el río de una probable reforma política. Particularmente desde la Cámara de Diputados diversos legisladores de Morena han puesto sobre la mesa la posibilidad de un cambio en las reglas de la arena electoral. Sin duda han existido todo tipo de reacciones frente a la noticia. Como buena parte de las iniciativas anunciadas aún no han sido presentadas, creo que el trabajo de opinión puede encaminarse a proponer ideas en el horizonte de una reforma política.
Empecemos por preguntarnos cuál es la relevancia de un proceso de este talante. Existiendo tantos problemas en nuestra nación relacionados con la desigualdad económica, con la inseguridad y el desastre ambiental, ¿por qué deberían interesarnos como país los cambios en una ley y, particularmente, una que regula las elecciones, partidos y organismos electorales? Aunque existen muchos argumentos para responder esta pregunta, me gustaría remarcar dos.
El primero es la relevancia de la política institucional. Las decisiones emanadas desde la administración pública definen buena parte de nuestras vidas. Quienes gobiernan el país deciden sobre las pensiones de nuestras abuelas, los cupos en las universidades, la política energética y la disponibilidad de los medicamentos en las clínicas.
Dicho de otra manera, quienes llegan a estos puestos asumen una responsabilidad enorme y es preciso vigilar que lleguen a estos espacios a partir de procesos honestos, justos y democráticos.
El segundo obedece a defender la democracia como vía de gobierno. Particularmente en los últimos años se ha vuelto relevante hacer algo frente a la falta de legitimidad de la mayoría de los partidos, autoridades e incluso de la misma democracia. Este fenómeno no es exclusivo de México, pues buena parte de las democracias occidentales se enfrentan a este desgaste. Sin embargo, eso no debería significar bajar la guardia. Al contrario, la oportunidad de una reforma política podría poner las bases para construir instituciones austeras, cercanas, eficaces y, sobre todo, representativas de la sociedad en nuestro país, y con ello romper el tufo excluyente e inoperante que ha existido en nuestra democracia.
Por eso creo que debemos impulsar grandes cambios ubicados en tres pilares: austeridad y excelencia de las instituciones; representatividad y democratización del poder, y honestidad y combate a la corrupción.
En lo que concierne a la austeridad y excelencia de las instituciones, creo que se debe impulsar construir una democracia mucho más austera, utilizando fórmulas como la de #SinVotoNoHayDinero para volver más justa la repartición de recursos que reciben los partidos. También es importante generar ahorros cuantiosos en Instituto Nacional Electoral, buscando que se convierta en un ente austero, pero funcional.
En este apartado también se vuelve fundamental cambiar el mecanismo de selección de las personas que integran el Consejo General del INE. Imaginemos convocatorias donde lo que más pese sea la probidad, el conocimiento y la autonomía frente a actores electorales. Cambiar el paradigma de apadrinamiento político por una selección con base en un sistema de puntuación por méritos y no por cercanías a los partidos.
Sobre las reflexiones en torno a la representatividad y la democratización del poder, podríamos impulsar un cambio del modelo de elección de los plurinominales. Cuando votamos por un partido en una elección también votamos por su lista cerrada de representación proporcional. ¿Qué pasaría si pudiéramos elegir a estos representantes y no fueran impuestos?
Viendo el avance del incremento de participación de mujeres en la vida pública deberíamos abrir el debate sobre el sistema de cuotas para más grupos dentro de los partidos. Por ejemplo, impulsar que más personas jóvenes o indígenas puedan llegar a una boleta.
Finalmente, en la búsqueda de una democracia más honesta y que combata a la corrupción, se vuelve fundamental hablar sobre el financiamiento irregular que reciben los partidos en campañas. Por ello debemos buscar todos los mecanismos necesarios para lograr transparencia real sobre los recursos ejercidos en campaña, así como estrategias para vigilar, ya sea a través de blockchain o de un seguimiento bancario preciso y, lo más importante, estrategias para combatir la impunidad institucionalizada hacia este mal.
Hay muchas ideas que podrían apuntalar nuestra democracia y que podrían impulsar una reforma política que realmente se cuestione cómo convertir a nuestro sistema político en un espacio más abierto, honesto, incluyente y cercano. Esperemos que el debate continúe y podamos impulsar una nueva visión de Estado.