Este lunes las y los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), así como los representantes de los partidos políticos, reanudaron la sesión extraordinaria del Consejo General pospuesta desde el viernes.
El objetivo era definir, entre otras cosas, si la elección de Coahuila había registrado un sustantivo rebase del tope de los gastos de campaña en la última contienda.
📽 Iniciará procedimiento oficioso para determinar gastos en #Elecciones2017. #PartidosPolíticos cuentan con 24h para presentar comprobantes. pic.twitter.com/wn1Bsoz9VT
— INE (@INEMexico) 18 de julio de 2017
Durante la sesión se intercambiaron señalamientos, se insinuaron delitos: lavado de dinero, injerencia del narcotráfico y se sostuvieron las versiones en las que se acusó al PRI y a su candidato Miguel Riquelme, de superar por seis millones de pesos el tope de gastos de campaña.
En el caso de Guillermo Anaya, candidato del PAN, se le señalaron alrededor de cinco millones por el mismo concepto.
Más allá de las consecuencias legales y electorales que esto podría generar, que no son menores, quisiera recordar un momento de “color” de dicha sesión, una discusión que es sintomática de nuestro sistema electoral actual.
El monto de gasto no reportado en la #fiscalización de las #Elecciones2017 fue de 364.2 mdp, mientras que en 2016 fue de 77.3 mdp. pic.twitter.com/pNQkjEJgRT
— INE (@INEMexico) 18 de julio de 2017
Durante un par de minutos la atención de los participantes se enfocó particularmente en el costo que deberían tener las playeras que los partidos políticos reparten entre sus simpatizantes.
Todo, provocado por un reporte de gastos en el Estado de México en el que Morena declaraba que algunas de las playeras que mandó a hacer le habían costado cinco pesos cada una.
De ahí que se desprendiera la discusión sobre cuál es precio que deberían haber reportado, ¿cinco, treinta o cien pesos? ¿Quién puede establecer tabuladores confiables en los productos y servicios que se contratan en campaña, la autoridad, los partidos o la iniciativa privada?
Después de estas intervenciones, los distintos representantes de partido hicieron lo propio para señalar a la Unidad Técnica de Fiscalización como parcial, como injusta, imprecisa o por lo menos por ser demasiado severa.
En algún momento el representante del PRD levantó la voz para exigir un conteo adecuado de sus banderas y espectaculares.
En otro momento el representante del PRI señaló a Morena por su inusual comportamiento financiero y al PAN como aliado del narcotráfico en Coahuila.
A su vez, Morena y el PAN señalaron que el INE de alguna manera u otra se dedicó a ayudar el PRI durante las últimas elecciones. Manoteos, siembra de desconfianza y señalamientos cruzados entre todos los presentes, volaron por la sala de sesiones.
Mientras esto sucedía me quedaba claro que necesitamos dejar de discutir sobre playeras, banderines y espectaculares. Que debemos dejar de hablar sobre quién es más o menos corrupto.
Que debemos ponernos hablar de lo importante y desarrollar una enorme reforma en el sistema electoral en el país. Pero no me refiero a cambiar únicamente a la Constitución y sus leyes, esta reforma necesita un mayor cambio: uno de corte moral.
Las últimas elecciones, particularmente las del Estado de México, nos dejan claro que el sistema electoral que hemos construido no previene fraudes, dinero negro o compra de voto, al contrario.
Nos hemos equivocado. Hemos tratado de rastrear cada peso, torta y gorra y no ha sido posible. Hemos buscado acabar con los mapaches electorales sin darnos cuenta que su madriguera se encuentra en el mismo espíritu de nuestra clase política.
Por eso insisto, la reforma que se necesita en el sistema electoral es algo mucho más profundo que cambios en los reportes financieros. Debemos construir una nueva política, para que sea referente de personas honestas, comunes y cercanas.
Me van a tildar de ingenuo, pero estoy seguro que los últimos resultados en las encuestas que nos muestran la caída en la preferencia electoral de partidos ligados a estas malas prácticas me dan la razón. Y algo aún más importante: nos hacen ver que México tiene memoria y quiere un nuevo rumbo para la política.