Por más que disfrace su mal humor, el presidente Andrés Manuel López Obrador no puede ocultarlo.
Por más que insista en su estrategia de polarización para generar consenso y retroalimentar su fortaleza, le está dando rendimientos decrecientes.
Son varios los factores de su enojo, pero lo que lo tiene irascible es el desplome en las preferencias electorales de varias candidaturas de Morena para gubernaturas.
En diciembre esperaba la victoria en 14 de las 15 que estaban en juego –Querétaro siempre la supo perdida–, y hace dos semanas, ya no creía tener garantizado el triunfo salvo en cinco entidades, con cuatro más con alta probabilidad de vencer. En los últimos días, sin embargo, la alerta roja se enfocó en Sonora, donde el abanderado de Morena es Alfonso Durazo, el primer secretario de Seguridad del gobierno.
Dentro de Palacio Nacional se manejan varios escenarios electorales, incluido uno de derrota en Sonora ante la caída en la aprobación de Durazo y la forma como va creciendo el candidato de la alianza opositora Ernesto Gándara. Aunque hay una encuesta privada que ya tiene el cruce de ganador a favor del aliancista, la gran mayoría de las encuestas, las públicas y las que han hecho las campañas, tiene a Durazo al frente en las preferencias electorales. Hay muy pocos estudios de opinión públicos, pero en todos aventaja Durazo de una forma cómoda. No parecen ser los mismos datos que tienen en la Presidencia, donde existe molestia por el rendimiento de su candidato.
La relación de Durazo con Palacio Nacional se ha tensado, y tras la publicación de las propiedades del candidato de Morena, el exsecretario de Seguridad fue citado de urgencia a Palacio Nacional, donde tuvo una larga reunión con el Presidente. La plática, según trascendió de funcionarios federales, fue de recriminación, pero no entraron en detalles porque el encuentro fue privado entre ellos dos y no dieron a conocer los pormenores. El Presidente, sin embargo, dijeron los funcionarios, estaba molesto con Durazo.
Aunque el tema de Durazo y la gubernatura de Sonora no había estado en las prioridades de Palacio Nacional, porque no se consideraba que estaba entrando la contienda a una zona de turbulencia, la salida del candidato de la Secretaría de Seguridad Pública en octubre no fue del todo tersa.
López Obrador tenía un viejo compromiso con él y desde que inició el gobierno Durazo dejó claro que la secretaría era una estación de paso hacia la gubernatura. Sin embargo, en los días finales de su participación en el gabinete, el Presidente le insistió en que se quedara hasta el final del sexenio. Durazo se negó y se fue con todos los platos rotos por su pésima gestión en la lucha contra la inseguridad y la violencia.
La conversación que sostuvieron hace unos días no necesariamente se trató exclusivamente de sus propiedades, que fue lo que detonó la crisis, sino aparentemente del rumbo general de la campaña, donde han visto en Palacio Nacional la forma como se ha tropezado de manera regular.
Sin embargo, la revelación de sus propiedades catalizó la preocupación por una campaña que ha sido deficiente, si se toman en cuenta la desproporcionalidad de los apoyos federales que ha recibido, en recursos humanos, como los marinos que lo cuidan a cargo de la secretaría, o de dinero en efectivo que le han enviado en maletas desde el Zócalo.
La revelación sobre sus propiedades le pegó debajo de su línea de flotación, y motivó que los defensores y propagandistas de oficio buscaran desacreditar a quienes las difundieron, para deslegitimar una información que no podían desmentir.
El mismo Durazo dijo la semana pasada que no había nada ilegal o irregular en sus propiedades, aunque en la víspera que comenzaran a publicarse sus negocios inmobiliarios, modificó su declaración 3de3, para tratar de corregir al máximo posible las inconsistencias, y reportó seis bienes inmuebles con un valor total de 29 millones de pesos a valor presente.
Ocultar propiedades es algo que irrita genuinamente a López Obrador. La revelación de que la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, y su familia tenían propiedades que no habían reportado en sus declaraciones patrimoniales, fue la principal causa por la que la candidatura de su hermano Pablo Amílcar al gobierno de Guerrero, se cayó. Por la misma causa la secretaria lleva semanas con vida artificial, aunque el Presidente aún no se decide a relevarla.
No se sabe si el Presidente estaba al tanto de todas las propiedades de Durazo, pero lo que no ha hecho López Obrador, a diferencia de lo que sucedió con Sandoval, fue comentar con sus colaboradores sobre esa riqueza inmobiliaria.
Lo poco que se sabe del encuentro es el reproche presidencial al candidato y la exigencia de que saque adelante la elección. Durazo no ha logrado modificar la percepción de que es un candidato impuesto desde el Centro, con poco arraigo en su tierra –tiene más de 40 años viviendo fuera del estado–, que no logró disimular con una campaña prematura desde hace aproximadamente nueve meses.
La contienda por la gubernatura se encuentra en un túnel oscuro. Los últimos datos públicos fueron difundidos hace dos días por El País, de Madrid, que agregó encuestas en vivienda, telefónicas y digitales donde Durazo aventaja por 10 puntos (45.4%) a Gándara (35.3%), cuya diferencia a poco más de dos semanas de las elecciones, tiene al candidato aliancista en una posición competitiva.
La reacción de López Obrador al llamar a Durazo a cuentas tras la difusión de sus propiedades, muestra la preocupación que pudiera tener sobre el electorado –que ninguna encuesta mide aún–, donde su candidato ha ido perdiendo fuerza, mientras que Gándara tiene una tendencia al alza.
Durazo no ha mostrado ajustes a su campaña tras el regaño presidencial, lo que no significa que no lo haga ahora, el día de la elección, o prepare un conflicto poselectoral.