La historia la cuentan los vencedores, dijo George Orwell en 1944, a lo que se le podría añadir “casi sin excepción”. En esta categoría se puede incluir a Andrés Manuel López Obrador, quien por más de 30 años de lucha política y décadas de sinsabores, aun cuando ha sido derrotado en las batallas, ha triunfado en imponer su narrativa. ¡Gracias!, su último libro, recorre en 555 páginas todos esos momentos donde imprime los énfasis a lo que quiere dejar como la historia de su vida. Pero no es una memoria sino un recorrido desde su niñez, que refleja cómo su tesón y terquedad indómita fueron los motores para alcanzar lo que buscó afanosamente desde mediados de los 90: el poder.
El libro, editado por Planeta, es una obra compartida y nutrida por su segunda esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, que hace poco más de dos años le llevó la idea para que se contara la “epopeya” de su vida. Gutiérrez Müller reclutó para el proyecto a dos decenas de especialistas que redactaron las partes troncales de sus 20 capítulos, donde se ven claramente los acentos puestos por López Obrador y los párrafos e ideas que fue incorporando en sus páginas. También reflejan sus sueños de grandeza y deseo de que sea comparado con Hidalgo, Morelos y Madero, grabando su nombre y tallando su cara junto a las de ellos.
El libro no aporta mucho en sustancia, porque mucho lo ha dicho López Obrador por décadas, aunque planteado como una historia de éxito personal de la mano del hacha vengativa que ha utilizado durante el sexenio. Es notable el desprecio que tiene por Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, los presidentes “neoliberales”. Aunque no es nuevo, sí sorprenden los epítetos que les lanza, que lo pintan como un pendenciero, no como estadista.
No es que le importe mucho que lo vean como un hombre de Estado, sino que lo reconozcan y le reconozcan sus méritos. Éste ha sido, dicen quienes lo conocen desde joven, su mayor trauma. López Obrador quiere influir en los jóvenes, a quienes les dedica el libro, en quienes apuesta por ese reconocimiento, al inundar su cabeza e imaginación con historias fragmentadas, verdades y mentiras, omisiones y tergiversaciones, para que lo vean como el ingenioso hidalgo que salió de Macuspana y enfrentó a los políticos corruptos, que son casi todos los que lo precedieron, y a los empresarios, que son sus enemigos históricos, hasta doblegarlos y vencerlos.
El libro no es como una mañanera ampliada. Aunque hay cartabones y frases trilladas de las más de 2 mil conferencias matutinas de López Obrador, es mucho más que eso. Y quizá lo más relevante, porque explica los claroscuros de su vida, es lo que no aparece por ningún lado en el mamotreto. Parte fundamental, porque tiene que ver con su formación, es lo que le hizo a Diego Rosique, el empresario ganadero que, junto con el gobernador de Tabasco Manuel Mora, lo protegió a él y a su familia en Veracruz tras su tragedia en 1969, cuando su hermano José Ramón murió de un balazo, y que pasados los años, ya López Obrador líder social, fue el de Rosique el primer rancho que invadió.
Las experiencias en Tabasco hablan mucho del López Obrador actual. Por eso resalta otra gran omisión, el papel que jugó Zedillo en su construcción como político nacional. Zedillo, a quien maltrata, lo apoyó cuando perdió la gubernatura ante Roberto Madrazo, y si no se concretó que se anulara la elección, fue porque el entonces secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma –hoy embajador en Washington– realizó una operación política tan torpe que la intención del entonces presidente se frustró. Zedillo también canceló órdenes de aprehensión contra él por invadir pozos petroleros –episodio ausente en el libro– y frenó la denuncia del PRI sobre su falta de residencia en la Ciudad de México para aspirar a gobernarla, con lo que le permitió contender y ganar la elección.
Zedillo no es de quien más mal habla. Utiliza la sevicia para referirse a Fox y el odio al hablar de Calderón, a quien no le perdona que le ganara la elección en 2006, a la cual le dedica mucho espacio reiterando la impugnación que hizo y que no caminó porque nunca presentó pruebas documentales que probaran el fraude electoral que aún reclama. Igual dice que lo hubo en la elección de 2012 que perdió ante Peña Nieto, sin abordar, salvo en unas cuantas palabras, el proceso de selección de candidato de la izquierda, donde amenazó con romper con todos si Marcelo Ebrard no le cedía la candidatura que, en la ponderación de encuestas, le había ganado.
Aunque el libro muestra el desorden de sus monólogos mañaneros y va y viene 600 años en la historia, está bastante bien escrito, aunque se ven varias manos en su hechura, como en un capítulo donde utiliza el autor una cita en formato APA, que no se repite en el resto, o donde hay referencias a poetas y pintores, o politólogos a los cuales nunca se había referido el Presidente. La huella de López Obrador se ve claramente en errores importantes, como reproducir dos fragmentos de la declaración ministerial de Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, violando la ley al ser una investigación abierta, o mostrando el interés coyuntural del libro en la denostación de Xóchitl Gálvez y presumir la forma como organizó el proceso de sucesión en Morena.
¡Gracias! no es una obra para la reflexión futura sobre sus acciones y decisiones, como Mis tiempos, de José López Portillo, o México, un paso difícil a la modernidad, de Salinas. Es una épica de su vida política que tendrá quizá más adelante una revisión contrafactual de todo lo que dice, y en función de los resultados de su sexenio, ver si su legado es efímero o duradero, y si el pedestal en el cual quiere estar, no se vuelve un hoyo del que no pueda salir.
Refleja cómo su tesón y terquedad indómita fueron los motores para alcanzar lo que buscó afanosamente desde mediados de los 90: el poder