Primero, el presidente Andrés Manuel López Obrador modificó la política de asilo para hacerle el trabajo sucio al gobierno de Estados Unidos y complacer al presidente Donald Trump, a costa de miles de centroamericanos. Ahora, López Obrador retoma la maltrecha y alterada política de asilo mexicana para ofrecerle santuario a Julian Assange, el australiano acusado de espionaje por el gobierno de Barack Obama, con lo cual confronta a quien era su vicepresidente y hoy es presidente electo, Joe Biden.
El ofrecimiento de asilo que hizo López Obrador a Assange este lunes, luego que una jueza británica bloqueó su extradición a Estados Unidos, tuvo una amplia repercusión en los medios internacionales. Pero no en un buen sentido, porque haberlo hecho entorpece y tensa el inicio de la relación con Biden.
“López Obrador parece estar haciendo un esfuerzo para dañar la relación con Estados Unidos justo en vísperas que Biden asuma la Presidencia”, declaró a la agencia Reuters, Mark Feierstein, consejero de Obama en la Casa Blanca y director para los asuntos de América Latina, sintetizando la percepción generada.
El Presidente le encargó al canciller Marcelo Ebrard pedir al Reino Unido, donde la embajada de México, por cierto, está acéfala desde diciembre de 2018, que lo libere para darle el asilo. La iniciativa terminará probablemente como otra idea malograda del Presidente, aunque, al mismo tiempo, haber ofrecido refugio a una persona que dañó profundamente las relaciones de Estados Unidos con el mundo, no será algo que se observe como otra ocurrencia de un líder neófito en geopolítica.
Assange fue acusado por Estados Unidos en 2019 de violar el Acta de Espionaje y conspirar para hackear las computadoras del gobierno en 2010 y 2011, por lo que podría pasar 175 años en prisión. La jueza británica negó la extradición a Estados Unidos ante el riesgo de que pudiera suicidarse, y los estadounidenses apelarán el fallo. Aunque el gobierno de Obama decidió no juzgarlo porque se cruzaba con un proceso de extradición solicitado por el gobierno sueco por una presunta violación, la diplomacia y los servicios de inteligencia estadounidenses, civiles y militares, no han cejado en buscar cómo hacer que pague la afrenta contra ellos.
Javier Treviño, que fue subsecretario de Relaciones Exteriores y conoce a la perfección los salones de poder en Washington, trajo a cuenta que el 10 de diciembre de 2010, un “irritado” Biden hizo una de las más fuertes declaraciones sobre WikiLeaks y su fundador Assange en el programa Meet the Press de la cadena NBC, sobre las filtraciones de miles de documentos secretos, que, a decir del entonces vicepresidente, puso en riesgo la vida de muchos estadounidenses. “Es un hi-tech terrorist, un terrorista de alta tecnología”, recordó Treviño.
La discusión sobre la lucha entre David y Goliat, como metáfora aplicable al caso de Assange, no entra en el marco de referencia de López Obrador, quien desde un principio consideró que los documentos que difundió WikiLeaks habían sido útiles para mostrar cómo operaban los gobiernos. Ofrecer asilo a Assange es el equivalente de darle a Biden una cachetada. Su prisa para hacer el ofrecimiento, que no pareció haber platicado antes con Ebrard, fue arropado por la Cancillería mexicana. “Su oferta de asilo”, le dijo un funcionario a Reuters, “envía el mensaje de que México seguiría una política exterior independiente con el próximo gobierno de Estados Unidos”.
Está implícitamente aclarado. Con el gobierno de Trump no hubo política independiente; con el de Biden sí la desean. Con el actual jefe de la Casa Blanca, a partir de las presiones directas de Trump y amenazar de que si no frenaba México la inmigración centroamericana a Estados Unidos impondría aranceles a productos mexicanos, López Obrador modificó la política de asilo y firmó el programa Remain in Mexico para servir de antesala de quienes solicitaban refugio en esa nación, convirtiendo sus ciudades fronterizas en dormitorios de centroamericanos, sin otorgarles ningún beneficio y muy poco apoyo.
La política de asilo que presumió el Presidente en el caso de Assange sólo ha funcionado para Evo Morales, el expresidente boliviano, y para un número desconocido de venezolanos y ecuatorianos vinculados a esos gobiernos a quienes se les han abierto discretamente las puertas del asilo. Sudamericanos no afines a esos gobiernos populistas, en cambio, han sido puestos en espera. Es el doble rasero de la política de asilo mexicana, que ocupa el nada distinguido lugar 52 entre los países que abren sus fronteras a perseguidos, con la Comisión de Ayuda para Refugiados deshidratada presupuestalmente, mientras desde Palacio Nacional se atienden los casos extraordinarios de asilo, donde el Presidente, que tiene entre sus asesores a excolaboradores de gobiernos sudamericanos, palomea quién entra por la vía rápida.
El caso de Assange es otro más de esos casos excepcionales, aunque sus implicaciones de mediano y largo plazo son distintas a otros, porque involucra a quien el gobierno de Estados Unidos considera un enemigo. Si lo que el funcionario mexicano le dijo a Reuters es cierto y existe la convicción de una política exterior independiente, significa que López Obrador no se dejará amedrentar por Biden ni responderá sumiso como ante Trump, para que no le impongan aranceles. Igualmente debe estar tranquilo de que las sospechas de dinero sacado subrepticiamente del país a Estados Unidos no tienen fundamento, porque los servicios de inteligencia no los exhibirán, ni sus agencias de seguridad detendrán a nadie de su gobierno por tener cuentas pendientes con la justicia de esa nación por presuntos vínculos con el narcotráfico.
Si López Obrador quiere tener una política independiente sin subordinación a Estados Unidos, apoyémoslo todos y dejemos atrás la humillación sistemática de Trump al Presidente de México. Pero que no nos vuelva a traicionar López Obrador, y que cuando eventualmente le muestren los colmillos en Washington, no corra a ponerse a su servicio incondicional, como hasta ahora.