Al final uno no sabe si ya se quedaron sin ideas, o es la desesperación la que los tiene tan fuera de foco.
Celebrar el Día de las Madres puede ser lo más trillado para una autoridad, o puede convertirse en ocasión para que un gobierno demuestre que realmente es distinto, que se toma las cosas en serio si se habla de justicia para los más pobres.
El espectáculo de ayer en Palacio Nacional no fue una cantante que ha perdido tono. El triste espectáculo en realidad corrió a cargo de un gobierno incapaz de imaginar, con todos los recursos que tiene a la mano, una ceremonia distinta, entrañable, relevante. En vez de ello, la Presidencia de la República tuvo la osadía de montar una representación que no celebraba a nadie, sin capacidad alguna para conmover.
¿De verdad eso que vimos ayer fue lo único que se les ocurrió montar en su intento para no ver la realidad, para no atender preguntas sobre los verdaderos problemas que tiene la agenda nacional, que incluyen a un Presidente desbocado? ¿O lo hicieron porque con la ceguera de taller que traen ya no distinguen que los shows tipo “México magia y encuentro” deben tener alguito de producción y que, a pesar de eso, siempre fueron bastante malitos?
Es imposible no tener un mal sabor de boca luego de lo evidente que resulta la manifestación de falta de empatía del presidente López Obrador. Madres hay muchas, y necesidades de ellas aún más.
Para no ir más lejos, a las madres la pandemia las ha afectado con más fuerza. La parálisis de actividades les cargó aún más los hombros. Sobre ellas recayó la tarea de la educación de los críos que el cierre de escuelas impidió. Y en términos laborales, la disparidad que ya enfrentaban antes del Covid-19 sólo ha empeorado: ellas son las que más pierden el empleo, ellas son a las que más cuesta retornar al mercado laboral. Y todo ello sin mencionar que las labores del hogar aumentaron en el encierro. Para ellas esa mañanera musical de ayer. Yisus.
Madres son también la mayoría de las que buscan a los seres queridos que les arrebató la delincuencia: si ellas no recorren llanos y baldíos, esos hijos e hijas no serán localizados por las autoridades federales o locales. Madres como ésas estuvieron ayer 10 de mayo en el Zócalo, para clamar que al menos en su día el gobierno de la República escuchara su dolor. Encontraron puertas cerradas.
A lo más que se dignó AMLO fue a enviar a la oficial de partes que se dice secretaria de Gobernación para que les tomara ahí, en la plancha de concreto, nota de su tragedia, sin siquiera la dignidad de ofrecerles techo en el Palacio de Covián, ya no digamos en el Nacional.
¿El espectáculo de ayer revela que se les fundió el foco o sólo desorientación por encuestas y elecciones? O acaso pudiera ser otra cosa.
Hace unos años, cuando Peña Nieto vivía la mejor parte de su sexenio, un experimentado operador de Morena no perdía la esperanza. Hubris, murmuraba ese cuadro indispensable del presidente López Obrador. Recurría a esa expresión para advertir que la soberbia, la exagerada autoconfianza del mexiquense y su pequeño, en más de un sentido, equipo les haría desbarrancar. Sin desestimar el temita de la corrupción peñista, tuvo razón. Parecían imparables hasta que se estrellaron.
La falta de lugar y el tono de lo de ayer refleja el momento de soberbia que vive esta Presidencia, que cree que hasta el reclamo de las víctimas le queda chico. Hubris. Madres.