José Antonio Meade presentó ayer mucho más que la declaración 3de3. Contadores y un notario certificaron que lo que él declara sobre su patrimonio, sus impuestos y sus intereses no solo es total y verdadero sino, sobre todo, congruente con sus ingresos como funcionario público. En suma, un certificado hecho de 7 documentos.
Todos los candidatos debemos transparentar nuestra situación patrimonial. Con la #7de7 acredito mi modo honesto de vivir, acorde a mis ingresos y esfuerzo profesional #YoSíSoyHonesto pic.twitter.com/QkgCppLgQh
— José Antonio Meade (@JoseAMeadeK) 5 de abril de 2018
Meade fue el último de los candidatos presidenciales en cumplir el trámite de la 3de3 ante el IMCO y Transparencia Mexicana, pero esa tardanza no reviste la menor importancia. Como tampoco es relevante el esfuerzo invertido en galvanizar la fama de Meade, Pepe para sus cuates, como un hombre cuyas finanzas resisten cualquier fiscalización, cualquier sospecha.
Que Pepe Meade es considerado alguien honesto es tan obvio como el hecho de que fue ese, y no otro, el factor por el cual le tocó la candidatura. Y no es que en este sexenio se valore especialmente esa cualidad (lo distinto que habría sido todo), sino que en su famoso pragmatismo, Enrique Peña Nieto calculó que hundido como está el prestigio del gobierno y de su partido, debían comprar buena fama donde la hubiera, para ver si así el despegue de la campaña se hacía no desde el fondo de un socavón, sino al menos desde un sótano de aprobación presidencial del que eventualmente pudieran escapar.
En alguna tarde en Ixtapan de la Sal se habría calculado que para construir una candidatura “ganadora” echarían mano de la cargada, el aparato, la maquinaria, la movilización, las tarjetas, los operadores, ruedas de prensa constantes desde los mismísimos Pinos, la pequeña ayuda de nuestros amigos empresarios, los millones de spots, voceros de todos colores y sabores en cuanta entrevista se inventen, los secretarios, los góbers, el Trife, parte del INE, Facebook, Twitter, WhatsApp, SMSs, encuestas, la PGR, la UIF, la FEPADE, el SAT y la guerra sucia contra ya saben quiénes. Ah, y muy encima de todo eso, como cereza para un pastel de merengue, ponemos un candidato que pueda ser visto como honesto, alguien como Pepe.
Veámoslo de otra manera. Si otro, y no Pepe, fuera el candidato oficial, urgiría una 7de7 firmada por el mismísimo papa Francisco para darle una chaineada a perfiles que, digamos, este, hmmm, pues ustedes ya saben, tenían muchas famas, pero la de honestidad no.
El problema es que Pepe insiste en que es honesto. Algo que ya sabemos. Y quiere convencer al electorado de que es más honesto que AMLO o que Anaya. Algo que no sabemos pero, insisto, no es relevante.
Porque cada vez que Pepe declara su honestidad, a una chachalaca se le alborota la hormona sólo de recordar las fotos de Pepe con ______; o cómo Meade se reía abrazado de_______; o de cuando aprobó los fondos para______; o de pensar qué le habrá pasado a tan ducho funcionario como para nunca detectar cuentas maestras al sustituir a_______.
Pepe no cae en cuenta de la gran disonancia de su intento por promover su honestidad. No ve que cuando nos dice “pude estar 20 años en la élite del sistema sin corromperme”, significa: en esos 20 años un honesto no hace la más mínima diferencia así sea secretario de Estado 5 (c-i-n-c-o) veces.
Pepe promete que desde la honestidad conducirá el barco a buen puerto. Pero buena parte de su tripulación ni una 3de3 aguanta.
Pepe hace un AMLO. Y como al Peje hay que decirle, claramente, que él es el ejemplo de que un honesto, incluso dos, no salvan a Sodoma y Gomorra de la destrucción.
No eres tú, Pepe, lo que lastra tu candidatura son tus listas del Congreso y no pocos del sistema que tanto defiendes.