El 29 de mayo de 2004 Felipe Calderón fue destapado por un puñado de partidarios. En una finca de Jalisco, propiedad del empresario lechero Abraham González, el entonces secretario de Energía recibió ánimos de quienes veían en él la carta para suceder a Vicente Fox, el presidente panista que por ese convite regañó en público a su adelantado colaborador, motivo por el cual éste salió del gabinete foxista.
A partir de esa descalificación el michoacano le arrebató al mandatario guanajuatense la potestad de la candidatura de Acción Nacional, que estaba destinada –según eso– para Santiago Creel, secretario de Gobernación (es un decir) en aquellos años. Calderón logró que para definir candidato el PAN realizara unas elecciones primarias, y el resto es historia.
Traigo a colación ese antecedente porque no es novedoso, por supuesto, que en los equipos gobernantes alguien que es ninguneado se rebele o mande señales de rebelión, como lo está haciendo en estas horas Ricardo Monreal, que no se ha resignado a ver que empiezan la carrera sucesoria sin él.
Pero lo ocurrido con Calderón hoy se cuenta fácil, mas en aquel momento supuso para él y su equipo emprender la búsqueda de la candidatura en las más desiguales condiciones: sin la visibilidad que da el poder.
Monreal fue el gran ausente de la reunión dominical en Toluca en la que los principales precandidatos de Andrés Manuel López Obrador fueron investidos como tales por el partido. Ahí estaban Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López. Los rodeaban el presidente y la secretaria general de Morena. En esa foto oficial el líder del Senado brilló por su ausencia.
Este lunes el zacatecano ha reaccionado al desdén diciendo que “es un timbre de orgullo (dónde hemos escuchado esa frasecita) ser excluido” de las reuniones donde se iba a planchar un método de justificación –término mío– del destapado (a). Y fue más allá: entre otras cosas dijo que lo que hicieron sus compañeros podría calificarse como "actos anticipados de campaña", que supone una violación a las leyes electorales.
Declaraciones como ésas caerán mal en Palacio, donde Monreal ya no es recibido. Y le complicarán más retener el control del Senado, que en menos de dos meses votará para renovar la presidencia de la Mesa Directiva, puesto que podría recaer en alguien que no acuerde con él, como podría ser el petista José Narro Céspedes.
En entrevista con Proceso, publicada este domingo, Monreal advirtió que la carrera presidencial adelantada ya ha provocado división en las filas del oficialismo: "Ya tengo un sector dividido dentro del Senado, que no había existido eso, y es una consecuencia de la sucesión anticipada".
Una derrota frente a Narro podría marcar un cambio de página en lo que ha sido el liderazgo de Monreal en la Cámara alta. Y a pesar de que en la charla con Proceso se dice feliz por los triunfos de gobernadores de Morena el 5 de junio, pues son sus "amigos", está claro que en Morena el dueño de esos amigos es AMLO.
¿Para cuánto alcanza la rebelión monrealista? ¿Cuánto estirará Monreal la liga al señalar –con palabras propias de opositores aliancistas– que la promoción de sus compañeros está mal y podría ser delito electoral? Y, sobre todo, a qué realmente está dispuesto el senador si llega a ser marginado no de los mítines, sino del Poder con mayúscula.
Junio 2022 es equiparable en términos sexenales a finales de mayo de 2004. Calderón fue el hijo desobediente, como era su lema inicial, de aquel gobierno. ¿Monreal se aventará este tiro tope donde tope?