Con la salida de Alfonso Romo del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se termina, hay que decirlo de inmediato, una relación que siempre bordeó el conflicto de interés. Todo este tiempo se supo que el regiomontano estuvo lejos de construir una muralla china entre la función pública y sus negocios. NO estoy diciendo que los mezclara para su beneficio, pero no hizo lo que empresarios de otros países suelen hacer cuando entran en política: poner de manera pública en manos de terceros sus negocios y no pisar más la oficina privada. En fin.
O no. Porque algo hay de cierto en lo que dice López Obrador al anunciar la salida de su colaborador: el regiomontano seguiría con encargos aunque no tenga cargos. Como se ha detallado en columnas financieras, Romo ha ayudado al Presidente en asuntos delicados, como el que estaría a punto de modificar la propiedad de Altos Hornos de México con la salida de Alonso Ancira o, para decirlo más propiamente, con la no menor retribución al erario de 200 millones de dólares para reparar un daño patrimonial causado en tiempos de Lozoya. Así que si Romo fue clave en ese acuerdo que estaría por aterrizar, pues seguro le encargarán más chambas de esas. Y eso está bien, aunque luego se diga que el Presidente no le hacía caso.
Y es que, a pesar del cambio en tan importante puesto, no hay que olvidar que el Gabinete de AMLO es él. Entonces, como ha dicho el colega Raymundo Riva Palacio, cambiar a una persona sin cambiar la mecánica que llevó a esa persona a desgastarse o a ya no funcionar, pues es un cambio sólo de membrete, uno de nula relevancia. Cambio sin cambio.
Porque de Romo sabíamos que estaba frustrado, fue perdiendo posiciones y credibilidad. Un poco como Penélope: trataba de tejer acuerdos sólo para que más tarde el Presidente de la República, su jefe, los destejiera, o los llevara a un punto de ruptura o asumiera personalmente la negociación, como en el caso de la al parecer inminente legislación para cancelar el modelo de subcontratación.
¿Este cambio en el gabinete abre la puerta de un reajuste más amplio? La mera verdad con AMLO nunca se sabe. Porque es más o menos convencional que a los dos años de gobierno en cualquier administración los desgastes pasan factura, y en la inminencia de elecciones, ayuda mucho refrescar el equipo, mostrar capacidad de convocatoria, renovar la confianza de los interlocutores, relanzar algunas iniciativas que otro colaborador o no pudo sacar o de plano no supo cómo e, incluso, algo de gatopardismo: cambiar por cambiar sin modificación de fondo. Pero con López Obrador la idea de que debería relanzar su gobierno funcionaría si él se diera el lujo de nombrar a alguien en, digamos, Medio ambiente, que realmente quisiera proponer a nombre propio innovadoras políticas y no sólo ser la cara que opere la voz presidencial.
Puestos a revisar la salida de Romo, también hay que decir que se va uno de esos personajes que hicieron que otros confiaran en que el proyecto de AMLO para el 2018 había madurado o, para decirlo de otra manera, que el entonces candidato no era un comeniños y que se podía esperar que una vez en el gobierno el tabasqueño no representaría el tan temido, por los empresarios, peligro para México.
Fue un importante valedor de AMLO y ahora se desentiende de la tirante relación del Presidente con la IP. Lo complejo de esa relación debería ocuparnos y preocuparnos más que la salida de Romo.