México no solo ha mantenido una tasa de crecimiento muy baja durante los últimos 30 años, sino que además la calidad del crecimiento económico y social ha sido altamente contrastante.
La lógica inicial de aprovechar el TLCAN, fue convertir una política económica orientada a atraer inversiones en fábricas que aprovecharán una oferta de mano de obra barata, en una ventaja competitiva del país.
El sostener esta premisa más allá de un tiempo razonable que tenía una lógica de paso temporal pero no de destino permanente, solo logró atraer procesos productivos de bajo valor a la cadena de suministros.
La mano de obra mexicana no evolucionó en capital humano especializado. Generamos muchos ingresos y fuentes de trabajo de poco valor, y nos volvimos una servidumbre de maquila.
Al abandonar el desarrollo de una política industrial propia de cuarta generación, dejamos de invertir en Investigación y Desarrollo, y nos quedamos rezagados ante los inminentes cambios en el entorno mundial.
Como se comenta en el estudio Hacia una Industria del Futuro, por la Concamin: “Los países considerados hoy como desarrollados antes fueron catalogados como industrializados. En la actualidad las naciones emergentes más exitosas son las que aplicaron una activa política industrial”.
Al carecer de tal política, México no ha logrado mejorar su nivel de competitividad en el mercado mundial, al pasar del lugar 52 al 63 de 2013 al 2015, y apenas en el 2017 regresar a la posición 51, de acuerdo con el Foro Económico Mundial.
Es necesario que dejemos de perseguir la falsa premisa de que ser más baratos es mejor para los consumidores, y enfocarnos mejor en la creación y formación del capital humano para elevar la productividad.
Corea del Sur, implementó una fuerte política industrial y de innovación desde hace treinta años, y que en 1983 tenía un PIB per cápita de $2 mil 180 USD, muy similar al de México, y que para 2016 es de $27 mil 538 USD, contra $8 mil 209 USD de México.
Esto es necesario para poder enfrentar la fuerte competencia internacional, como China, el cual inició como un proveedor de mano de obra barata como un medio para atraer a sus primeras industrias, pero que ha evolucionado a través de una fuerte inversión en capital humano, al grado que el salario medio en China sigue creciendo por encima de su nivel de inflación, y se encuentra ya en $3.3 USD por hora en 2016, contra $1.5 USD promedio en el 2005.
En comparación, en México el salario se ha mantenido en un promedio de $2.2 USD por hora en el mismo periodo (Datos de Euromonitor International).
La visión del presidente Electo Andrés Manuel López Obrador afrontará uno de los grandes retos del entorno laboral frente a la automatización de procesos que consume cada vez más no solo oportunidades de trabajo con calidad sino toda la política pública de seguridad y bienestar social de la población económicamente activa.
La tecnología entonces, debe ser un factor no para aumentar la desigualdad sino para ecualizar realidades y servir como factor para la reindustrialización de México, creando una fuerza de trabajo que se dedique a utilizar la mente en lugar de la mano de obra barata, como una forma de enfrentar a la automatización de los trabajos de manufactura.
Así pues, no es más la mano de obra barata sino los ecosistemas de competitividad, lo que atrae inversión con la posibilidad de crecer con calidad de vida y prosperidad.
Eso significa que las ciudades deben tener una visión global de competitividad con otras urbes de México y del mundo.
Un ejemplo de competitividad urbana fue el trabajo realizado por Marcelo Ebrard durante su gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, cuando logró poner en el foco mundial a la ciudad, por sus renovaciones urbanas y colaboración con otras ciudades del mundo.
Hoy, las realidades en el mundo cambian más por miles de datos que poco a poco se sistematizan en el Big Data. La economía del conocimiento nos está impulsando a hacer más con menos.
Austeridad pues, no es un capricho político sino la frugalidad para saltar la trampa de las economías de costos para entrar a la de ecosistemas de valor donde la competencia no viene de terceros sino de nuestro propio nivel de especialización en la inversión más importante de un país: su gente.