Entre las actitudes que se pueden observar tanto en el Presidente como en sus cercanos está la desesperación. No otra cosa son las giras febriles de las llamadas corcholatas. Si el resultado fuera a ser holgado, no andarían placeándose todos los días buscando el voto. La enorme popularidad del Presidente no es correspondida en los estados con los liderazgos que impulsa Morena. La enorme caída a la aprobación de Sheinbaum en la CDMX –15 puntos de octubre a mayo– es una muestra clara de lo que trae muy ocupado al Presidente.
Si bien es cierto que en algunos estados ganarán las elecciones del próximo domingo, lo cierto es que tienen reñida competencia en varios de ellos. Esto quiere decir que, si bien la imagen de los partidos a nivel nacional es bajísima, a la hora de las elecciones los candidatos pueden funcionar mucho mejor que aquéllos.
La desesperación se puede ver también en el ánimo que tienen de sacar una reforma electoral que sustituya al INE tal y como lo hemos conocido los mexicanos. El Presidente y sus incondicionales se han dado cuenta de que, así como están las cosas, puede conformarse un escenario en el que pierdan en 2024, por eso quieren controlar los comicios. López Obrador sabe cómo ganó y no quiere que nadie repita el recorrido que él hizo. Como aquellos generales que destruían los puentes por los que atravesaban y lograban conquistar un territorio. Después de mí, nadie más. Por eso ya empezaron su proyecto piloto en la CDMX de desestabilizar el instituto electoral local, después seguirán con el federal.
Si Peña Nieto dejó que López Obrador hiciera su partido para competir, AMLO no cometió ese error e impidió que se formara un partido que le fuera adverso encabezado por su archienemigo, Felipe Calderón. Si López Obrador ganó las elecciones teniendo como aval electoral un instituto autónomo que garantizaba comicios democráticos, él no permitirá que eso puedan hacer sus adversarios los conservadores.
La embestida contra las instituciones democráticas no es cualquier cosa. Ahí se juega el Presidente lo que considera es su proyecto de nación, pero en realidad es una idea del poder bastante autoritaria y previsible. Las cosas no han salido como él pensaba. Sus resultados son bastante mediocres en todas las áreas. Sus promesas básicas no han sido cumplidas si no tienen que ver con destruir (el aeropuerto, cerrar una fábrica, cosas por el estilo). Si bien es cierto que los programas sociales han llegado a mucha gente, la falta de planeación y la ineptitud de campeonato de este gobierno terminará por hacer que esas ayudas terminen supliendo lo que ya tenían los beneficiarios. Es decir, el desastre en el sistema de salud, como la desaparición del Seguro Popular, está obligando a gastar el dinero de las ayudas en medicinas –gasto que antes no tenían que hacer–.
Además, los liderazgos para sustituirlos son, efectivamente, unas corcholatas que si el Presidente no alumbra son incapaces de tener luz propia. De ahí la desesperación presidencial. Por eso los coletazos han comenzado. Habrá que estar atentos porque se vienen tiempos difíciles.