En cosa días, el Frente Amplio por México tendrá un nuevo desafío: soltar lastre sin quedar a la deriva, desahuciado o, peor aún, encontrarse en el punto de su abominación política: el populismo, en este caso con vertiente heterodoxa por no decir indefinida.
Los filtros establecidos por esa amalgama de partidos y organismos cívico-ciudadanos para depurar el listado de aspirantes presidenciales han cumplido hasta ahora su función.
Los tres cedazos aplicados –reglas del concurso, requisitos para el registro y consecución de 150 mil firmas de respaldo a la postulación– le han dado resultado. Así, el Frente pasó de 41 aspirantes originales a 33, de ahí a los trece que aún hoy compiten y, en breve, finalizará con un trío, del cual surgirá la o el ganador. Esa criba le ha dado a la alianza algo de la cual carecía: presencia e impulso.
Sin embargo, las tres etapas que a partir de la semana entrante habrán de cubrirse para concluir el proceso de selección de la o el abanderado opositor, perfilan en el horizonte una cuestión fundamental: ¿qué quiere privilegiar esa alianza en la candidatura a amparar y empujar: carisma y popularidad para tentar la posibilidad ganar sin reparar en la consecuencia o destreza y capacidad de gobierno a riesgo de colocar a una o un candidato sin arrastre?
Esa interrogante adquiere relevancia por tres razones.
Una. Quienes aún hoy pretenden la candidatura se dividen en tres grupos. Cuadros políticos con experiencia, trayectoria, visión y legítima ambición. Políticos descuadrados, apurados por hacerse de un escudo ante su pasado o ansiosos por derivar de su participación alguna recompensa o reintegro ante su futuro. Personalidades que ingresaron por accidente a la política y han hecho de ella el foro del protagonismo que los caracteriza, pero no los define. El elenco es variopinto. Hay quienes figuran, pero no son aspirantes.
Dos. La mayoría de los concursantes han dejado saber a qué se oponen, pero no qué proponen. En la crítica al quehacer y la actuación gubernamental ha encontrado el parapeto para ocultar la ausencia de ideas propias. Y, desde luego, por la fase en la cual corre la competencia no se ha podido comparar ni contrastar sus respectivos puntos de vista. Ejercicio que quizá pueda realizarse en los foros previstos en las siguientes etapas del concurso.
Tres. Aun cuando los organismos cívico-sociales elaboraron el programa de gobierno “Que nadie se quede atrás”, los partidos nunca acusaron recibo de éste y, en tal virtud, el Frente carece de un proyecto de gobierno. Ya se encargó a José Ángel Gurría coordinar la elaboración de uno, pero está por verse si será capaz de combinar y conjugar dos ingredientes: uno, la obsesión de los técnicos por no ver contaminadas sus ideas con la aspiración de la ciudadanía de ser considerada en el diseño de proyectos nacionales y, dos, conciliar la visión de los organismos con la de los partidos. La cultura política del exsecretario nunca ha transitado por ese terreno, domina en ella la verticalidad, no la horizontalidad. La carencia de ese plan y la duda de si quien haga suya la candidatura lo adoptará, lleva a una paradoja: los aspirantes presidenciales de la oposición concursan a ciegas, mostrando sólo su talante y estilo personal, no la sustancia de su credo.
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Por esas razones, así como por dos eventos imprevistos y una realidad distinta a la pronosticada por la oposición, la respuesta a la cuestión planteada líneas arriba es relevante. ¿Qué tipo de candidatura quiere privilegiar el Frente?
Los eventos imprevistos son dos y están relacionados. Uno, la irrupción real y artificial de la senadora Xóchitl Gálvez en la escena, cuando el diseño del método de selección de la o el candidato opositor responde a la ortodoxia política. Y, dos, el impulso a la carismática personalidad de la ingeniera dado, curiosa y contradictoriamente, por intelectuales, analistas, periodistas y activistas sociales contrarios al régimen, así como por el propio presidente de la República, que sin querer o adrede, por error o perversidad, la catapultó. Aliento que parece haber provocado cierto pasmo en los partidos del Frente porque, más allá de los méritos y la inteligencia de la hidalguense, es y no es de ellos. La hibridez política del personaje los inquieta tanto como los entusiasma la simpatía que suscita en el ánimo ciudadano.
Eventos a los cuales se agrega otro elemento. La bocanada de oxígeno recibida por el gobierno con el anuncio de la reducción de la desigualdad, la disminución de la inflación, la mejora del pronóstico sobre el crecimiento económico y la recuperación del peso. Tales datos desdibujan la catástrofe económica augurada por la oposición y ahora reman contra la posibilidad de encontrar en el supuesto desastre un punto de apoyo a su posibilidad político-electoral.
Menudo desafío por encarar y definición a tomar por parte del Frente.
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En tiempos donde el peso y el carisma del candidato es determinante en la posibilidad del triunfo electoral, responder la interrogante planteada no es sencillo.
La salida fácil es argüir que la gente, votante o encuestada, lo decidirá. Suena bien y hasta bonito, pero no resuelve el problema: ¿qué tipo de candidatura pretende impulsar el Frente? Para bien y para mal, la circunstancia ha cambiado. Los organismos y los partidos están obligados a reflexionar cómo y con quién quieren jugar en la contienda.
Si no hay trapacerías en las siguientes etapas del proceso de selección de la o el abanderado opositor, el Frente estará obligado a responder qué candidatura quiere privilegiar.
En breve
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