La actuación de la alcaldesa Sandra Cuevas va de declaraciones controvertidas a hechos que podrían constituir ilegalidades, conducta que obliga a preguntarse qué pretende la gobernante (es un decir) de la Cuauhtémoc.
En algo que no se ve todos los días, Cuevas fue acusada por la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México de privación ilegal de la libertad, abuso de autoridad y robo en perjuicio de dos mandos policiacos por hechos ocurridos el viernes de la semana pasada.
Ese día, movilizado en siete camionetas, personal de la alcaldía intentó un inusual operativo en la calle Corregidora, y como éste se viera frustrado porque contravenía el ordenamiento que en esa zona ha iniciado la Jefatura de Gobierno, Cuevas citó en su despacho a dos mandos de la policía auxiliar que tiene contratada la alcaldía. Tras reclamarles por supuestamente haberla traicionado, no sólo los agredió verbalmente, sino que los cacheteó; además fueron despojados de sus radios y personal de la Cuauhtémoc los grabó y retuvo en contra de su voluntad.
Son escenas propias de una parodia tipo Luis Estrada, pero no son del todo sorpresivas.
Cuevas ha dado muestras, desde la campaña misma, de que no entiende el marco normativo en que vivimos. Cuando buscaba ser electa como alcaldesa lanzó una propaganda que hablaba de acabar con las ratas en esa demarcación. De hecho, portaba una gorra con esa la leyenda: “Acabaré con las ratas” y la presumía en su cuenta de Twitter (por ejemplo, el 26 de abril de 2021).
Esta orgullosa heredera del controvertido (por decir lo menos) mexiquense Arturo Montiel, precursor en eso de llamar en una campaña electoral ratas a las personas, ganó en la elección del 6 de junio, ésa en que buena parte de la ciudad votó contundentemente anti-Morena. Ahora hay que lidiar con las consecuencias.
Y algunas de esas consecuencias van más allá de disparates que profiere Cuevas (como cuando denigra a personas en condición de calle o con adicciones).
Algunas de las atrabancadas decisiones de Cuevas ya han repercutido en que la comunidad pierda espacios que había ganado en el pasado reciente. La manera en que a poco de asumir el poder cerró en octubre el deportivo Guelatao, desató las protestas de los usuarios y vecinos de ese centro. Se ha hablado de que fue desmantelado y de violaciones a la ley.
Quien haya pensado que esos eran actos propios de una curva de aprendizaje y que enderezaría el rumbo, se equivocó y por mucho.
Todo indica que no estamos ante un caso de novatez o inexperiencia. Los hechos del viernes hablan de un talante nada democrático o institucional.
Si quiere contribuir a ordenar el comercio en vía pública, ha de colaborar en la búsqueda de soluciones, en vez de crear problemas que encarezcan a los gobiernos las negociaciones con líderes de esos grupos.
El proceder de la alcaldesa es porril. No encuentro otra palabra. No se entiende que haya perdido los estribos de esa manera ante uniformados. La policía depende del gobierno central, no es de su propiedad aunque la pague, y se debe al cuidado de los intereses de la ciudadanía. Si ella no la respeta, quién entonces.
¿La frustración –que no justificación– de Cuevas de ese día se debió a que ella traía sus propias negociaciones? ¿Cuáles? ¿Con quién?
No se es mejor oposición al desplegar un comportamiento autoritario. Quien quiera bien a la alcaldesa debería ayudarle a entender que en la Cuauhtémoc sobran factores de conflictividad como para que ella, la autoridad, se afane en convertirse en el más visible y problemático.