Un par de empresarios de la construcción que hicieron obra con él me han contado la misma historia sobre cómo fue ser contratista de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal.
Ninguno conocía de antes a AMLO; arreglar los términos fue no sólo expedito, sino libre de “cosas raras” (moches, subcontrataciones a modo, etcétera); les pidió que ante cualquier trámite atorado hablaran a su oficina; y él acudía con frecuencia, y demandando presencia del constructor, a revisar los avances.
La semana pasada López Obrador se sinceró con respecto a la remoción de Rogelio Jiménez Pons como encargado del Tren Maya: en pocas palabras y sin las expresiones reprobatorias para quien ya no está en Fonatur: vías y estaciones no iban al ritmo que se requiere para cumplir la promesa de que serán inaugurada antes de concluir el sexenio.
Acto seguido, el fin de semana –luego de que cancelara giras por su convalecencia por Covid y después por su cateterismo– Andrés Manuel se fue al sureste para revisar personalmente, y una vez más, los avances del Maya.
Enrique Peña Nieto no terminó, ni de lejos, el tren México-Toluca (siguen inacabado); tampoco la Línea 3 de Guadalajara (concluida por las administraciones de AMLO-Enrique Alfaro). ¿Si el entonces mandatario mexiquense hubiera sobrevolado a menudo La Marquesa o la zona metropolitana de Guadalajara, habría terminado las referidas obras antes de 2018? Es obvio que no. Quizá si no hubiera puesto al finado Ruiz Esparza en la SCT se habrían concluido; mas la respuesta correcta es que si en México se planeara bien, y se ejecutara adecuadamente, no importaría tanto hacer obras sexenales, sino aquéllas que se requieren, así las inaugure el siguiente mandatario.
El Tren Maya estará funcionando en 2024. No necesariamente la obra planteada originalmente –pues ha sido modificada por fallas de planeación–, pero de cualquier manera López Obrador dirá, por entonces, que cumplió su palabra, que su gobierno es distinto porque no deja obras tiradas, que sin corrupción sí se puede, que los otros partidos sólo robaban, etcétera.
El problema vendrá después. El Tren Maya tendrá que probar que no es un elefante blanco, que las bondades son más que los costos. Para entonces, por supuesto, López Obrador no estará en el gobierno, pero el país sí podría tener una singular discusión: ¿qué es peor, dejar inconcluso un tren suburbano o una línea de tren ligero, o inaugurar tramos de un tren cuya operatividad está en entredicho o podría incluso ser deficitaria?
Y algo parecido habrá de ocurrir con la refinería Dos Bocas, cuyos costos –según ha reportado Bloomberg recientemente– se han disparado 40 por ciento por encima de lo originalmente planeado.
En pocas semanas, sin embargo, López Obrador inaugurará la terminal aérea de Santa Lucía. Una vez más el discurso oficial, que subrayará cómo sí era posible tener antes y a menor costo un nuevo aeropuerto para la megalópolis, pasará por alto la falta de adecuada transportación para conectar ese aeródromo con la capital, y también soslayará dudas de especialistas y del sector sobre la conveniencia del AIFA en la aeronavegabilidad en el Valle de México.
Pero desde la óptica de AMLO quedará demostrado que un gobierno “honesto” también es uno hacedor de obras. Sabe que en cierto sector despertará orgullo con esa infraestructura, aunque ésta no sea la que necesariamente requería México, y cuando encima todavía falta ver si funciona.
Igual que en sus tiempos de jefe de Gobierno del Distrito Federal, AMLO se habrá aplicado como capataz. Y ése es el problema: que el país es mucho, mucho más que la capital.