Morena gobierna 23 entidades. Desde tiempos de Ernesto Zedillo el partido en el poder no tenía número parecido de gobiernos estatales. Los panistas Fox y Calderón contaron con menos de la mitad de estados de su lado. Eso que es una fortaleza para AMLO, puede traducirse en una debilidad electoral.
La tragedia de la semana pasada en el Estado de México, donde un grupo de pobladores hartos del yugo de la extorsión mató a 10 integrantes de un grupo criminal, pone de manifiesto que la elección de 2024 será susceptible a eventos que afecten a diversos gobiernos.
Cuando aún no cumple ni tres meses, la naciente administración morenista de Delfina Gómez tiene su primer reto mayúsculo. Lo que haga ahí será necesariamente tema de la campaña federal del siguiente año.
La gobernadora mexiquense debe procurar seguridad a los pobladores de Texcaltitlán, que temen por su integridad pues con toda lógica lo esperable es que los criminales emprendan una venganza por sus 10 bajas, y de ninguna manera se resignen a perder las ganancias que ese poblado les representaba.
El problema está pues lejos de haberse resuelto así fuera de la peor manera (justicia por propia mano). Y aunque se acuse a la oposición de oportunismo o bajeza, lo cierto es que esos hechos tienen pertinencia como activadores del debate sobre la idoneidad de que Morena siga en Palacio Nacional.
El libro de texto al respecto lo domina Andrés Manuel López Obrador, quien por largos años denostó a todo tipo de gobernantes cuando alguna conflagración o crisis estallaba en algún rincón de la patria o al más alto nivel de la Federación.
Qué hará la campaña de la oposición con casos como el de Texcaltitlán. ¿Morderse la lengua porque hace apenas tres meses ahí gobernaba el PRI (y el tema de la extorsión lleva años)? ¿O denunciar que Delfina llegó tres días después y el presidente López Obrador, para variar, minimiza los hechos?
Y, sobre todo: ¿harán todo lo posible para impedir que este delicado tema se olvide con el siguiente escándalo?
El AMLO del pasado –y el del presente, por cierto– no habría tenido empacho en aprovechar una crisis para llevar agua al molino de los suyos. Esa fue su estrategia. Utilizar todo evento –incluida rumores sobre la salud de gobernantes– para descalificar sin rubor a quienes estaban en el poder.
Toda la República constituía el tablero del que el sempiterno candidato tomaba casos para hacer su propaganda de desprestigio contra aquellos a quienes no había podido derrotar en las urnas. Hoy a Xóchitl Gálvez y partidos que la patrocinan se les presenta esa disyuntiva.
La campaña de Xóchitl no tiene una narrativa clara. De eso ya se ha hablado hasta la saciedad. Pero de momento parece tener una definición estratégica: quejarse de la disparidad en la contienda y descalificar al presidente López Obrador denunciándolo como jefe de campaña de Claudia Sheinbaum.
Es una apuesta un poco ambiciosa el creer, desde el PRIAN y el cuarto de guerra de su precandidata, que ellos podrán establecer un gran tema, un gran y único eje narrativo para el debate electoral; creer que la hidalguense puede ponerle agenda a un mandatario como el tabasqueño es casi ingenuo.
Pero, y para desgracia de las y los mexicanos, el país por sí mismo da, a lo largo y ancho de la República, motivo de preocupación cotidiana. Es una geografía llena de crisis y estallidos, por la violencia pero también por falta de apoyo en el campo, desatención en salud, migración interna y de paso, etcétera…
¿Apostarán a crearle al Presidente una sola crisis, a encajonarlo desde una sola agenda, o aprovecharán decenas de grandes problemas que se gestan semana a semana en los estados, de los que la mayoría ya es de Morena?